Fotografía: David Fernández
La soledad, ese espacio en el que no encontramos a nadie alrededor y que se hace muy necesario e importante en nuestras vidas cuando es voluntaria pero que, a veces, puede provocar un daño irreversible en las personas que la sufren de forma continuada.
Cualquier persona que viva en ‘Campos y Torozos’ puede identificar las dos, pues conocemos ese lugar al que acudir cuando no queremos encontrarnos con nadie, pero también nos hemos sentido alguna vez abandonadas cuando hemos necesitado un servicio del que no disponemos.
Cuando analizamos la soledad encontramos en ella dos dimensiones: la objetiva y la subjetiva. No es lo mismo estar sola que sentirse sola. Estar sola no es siempre un problema, pues todas las personas necesitamos pasar cierto tiempo a solas, lo que se aprovecha para conseguir ciertos objetivos o para realizar aquellas cosas que no pueden hacerse si no es así. Evidentemente, la soledad deseada y conseguida no constituye ningún problema para las personas.
Sentirse sola, en cambio, es algo más complejo, ya que puede incluso experimentarse estando en compañía. En este sentido, la soledad es una experiencia subjetiva que se produce cuando no estamos satisfechas o cuando nuestras relaciones no son suficientes o no son como esperaríamos que fueran. En este caso se produce un sentimiento doloroso y temido por un gran número de personas.
La soledad está particularmente extendida en nuestros pueblos, debido a la despoblación. Además, las personas mayores que aquí residen son la primera generación que se ha encargado del cuidado a sus descendientes y ascendentes, pero se quedan sin familiares alrededor que puedan atenderlas a ellas, lo que la convierte en un impulsor de la brecha de salud urbano-rural, donde es más difícil brindar apoyo por la falta de servicios.
La soledad siempre ha sido una mala compañera, el sentimiento de aislamiento es uno de los principales factores de riesgo para la salud física y mental a cualquier edad, aunque especialmente en la vejez, pues es cuando las personas tienen más tiempo libre que ocupar. Esta situación se ve agravada con las restricciones a la relación social causadas por la pandemia. Pues la COVID-19 nos inunda de noticias alarmantes que nos llenan de incertidumbre, miedo y amenaza, y todo ello provoca en el ser humano emociones tan comunes y naturales como la ansiedad, el estrés, la frustración y el malestar.
El ser humano es social por naturaleza, por lo que necesita el contacto y la relación con otras personas, pues la interacción con los demás es fundamental, no solo porque nos aporta grandes momentos, sino porque también favorece nuestro desarrollo personal y emocional, además de aumentar nuestra autoestima, reducir nuestros niveles de estrés y aportarnos bienestar y felicidad.
En el Grupo de Acción Local (GAL) ‘Asociación Colectivo para el Desarrollo Rural de Tierra de Campos’, tenemos claro que, salir al paso de la soledad no es exclusivamente una responsabilidad individual, sino de la comunidad en su conjunto. Para ello, esta debe sensibilizarse ante este problema generando o demandando actividades o programas de prevención y control de la soledad y los problemas asociados a ella, pues la realización de actividades puede ser la respuesta al vacío que deja el aumento de tiempo libre que se produce en la vejez.
Desde el proyecto CIVITAS, ofrecemos un espacio de encuentro seguro que motive las relaciones y los vínculos sociales a través de un aprendizaje socioemocional que sea capaz de desarrollar aspectos como la conectividad interpersonal, la creación de relaciones solidarias positivas, la confianza social y la buena vecindad.